Tercer lugar del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»
“Diarios inconclusos”
Día 1:
Cuando desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia.
Se veía venir, hace más de un mes que abundan las noticias sobre China, Irán e Italia en la televisión, cientos de orientales con cubrebocas en largas filas frente a los supermercados, italianos espabilados sin entender por qué cierran los cafés y las tabaquerías. De Irán se sabe poco, a los ayatolas nunca les han gustado los contagios. Por acá apenas comienzan a escucharse voces de alerta, ayer internaron a un primo, el futuro se le vino encima como un montón de escombro.
El viaje que tenía planeado con Verónica -que teníamos planeado-, para encontrarnos en Nueva York, tendrá que esperar: la próxima semana cierran todo.
Día 3:
–Cuando me desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia- escribió Julián ayer.
Sabía que no vendría, este asunto le va de maravilla y evadirse, siempre tiene un pretexto: su hijo, su exmujer, su taller.
Es muy capaz de dejarme acá, sola. No sé hasta donde va a llegar esto, dicen que en la semana cerrarán aeropuertos, al parecer solo Newark dará servicio. Los vuelos a Europa ya están cancelados.
Los estudiantes chinos no salen, la gente comienza a verlos raro, en poco nosotros tampoco saldremos. Los restaurantes de Bowery están desiertos. Se siente un tufo a miedo.
Recuerdo lo que me contaba mi padre que estuvo aquí en el 2001: silencio, una ciudad tan ruidosa como esta, guardaba silencio, un silencio enorme, enorme como las Torres derribadas.
Lentamente siento que la ciudad se está silenciando.
Día 7:
–Hoy me di cuenta que estamos en medio de una pandemia mundial.
Escuché que un locutor en la radio le decía a alguien más -sí, así lo dijo: “pandemia mundial” ¿de dónde sacarán a esa caterva de iletrados?
El conductor del Uber que me llevaba a la oficina me preguntó si creía en eso:
-Para mí que todo es un invento de los chinos para frenar a los gringos. ¿No cree usted?
Yo iba concentrado en los asuntos que tenía que resolver en unas horas con mi exsocio, no le prestaba atención ni al chofer, ni a los merolicos de la radio.
-Pues parece que ya les llegó en Europa, respondí, -no vaya a ser que también nos caiga por acá.
Lo dije como decir cualquier cosa -para no parecer descortés-, en el fondo me interesaba muy poco lo que decían en la radio o la opinión del conductor, en ese momento no podía pensar en nada más que no tuviera seis cifras y signo de pesos.
Día 19:
Otra semana que se acaba. Pensé sería más complicado.
Tuve que decirle a Martina que no viniera hasta que esto pase, se sorprendió cuando le dije que le pagaría sus días. No me molesta hacer el aseo, cocinar a diario es lo que me mata.
Quisiera decir que extraño a Verónica, pero no es así, la extraño -claro-, pero no como ella desea. Uno sabe que envejeció cuando le seduce más el olor del café recién hecho que el aroma de su pelo en la cama.
Extraño a Leo, ir a correr juntos, nuestras comidas. Espero su madre no me lo eche a perder, tan buen chico -mucho mejor hijo él, que yo padre suyo-.
Me sienta de maravilla la soledad, bueno y a Towmbly –igual él-: mejor perro que yo su amo.
Verónica no va a entender, yo quisiera que siguiéramos juntos -así, separados-, eso hasta escrito suena inconcebible, no lo va a tolerar, va a encontrarse un gringo, lo que ella quiere es una familia, y yo me voy a morir de celos inútiles.
El aislamiento aleja los virus y los afectos también.
Día 31:
Esto parece eterno. Llevamos más de dos horas esperando a que me reciban.
No aguanto el dolor en las articulaciones. Mi mujer me habla todo el tiempo, pero no puedo responderle, duele la garganta al hablar. Los médicos y enfermeras tampoco hablan, hay mucho silencio por aquí, solo se escucha la tos, la interminable tos.
Espero el seguro médico me cubra, como están las cosas y mi exsocio pidiéndome más dinero la situación puede ponerse complicada.
No soportaría tener que decirle a mi hija que se regrese, le falta un año para acabar su maestría en Nueva York, y ahora el más chico quiere irse también.
Ojalá esto no dure mucho -o comienzo a construir o me voy a la bancarrota-. Escuché mi nombre en el altavoz.
-Dile a mis hijos que los amo, no se preocupen estaré bien, carraspeé: escríbele a mi hija que no venga, no es necesario, te amo.
Vi a mi mujer sonreírme mientras me ingresaban en la zona restringida, la vi a través del cristal mandándome un beso con la mano, sus ojos la delatan, está preocupada.
Yo también, espero no se me note.
Día 39:
Tengo ganas de salir corriendo de aquí, salir a gritar por las calles de Manhattan que todo esto es una broma, una mentira, una trampa.
Tengo ganas de huir a refugiarme a mi casa, a los brazos de papá como cuando era niña. Esta maldita pandemia me está robando las ganas de vivir, ese virus literalmente nos está robando el aire.
Ya no sé si quiero seguir estudiando, no sé si quiero seguir aquí con esta vida, logro tras logro, llevo coleccionando éxitos toda mi vida y no puedo enfrentarme a un fracaso. Ya no sé si es Julián o es mi resistencia a ser yo la perdedora. Debí dejarlo cuando vine para acá, él me lo advirtió.
Voy a esperar a que pase la lluvia para salir por una botella de vino.
Mañana voy a ir a la marcha, esos malditos tienen que pagar por lo que le hicieron a Floyd.
Día 56:
El silencio del hospital es insoportable, no puedo dormir, solo los pasos de las enfermeras en el pasillo y la respiración de mis vecinos rompen este silencio nocturno, interminable.
Anteayer se llevaron a mi vecino de la cama contigua y no ha regresado, espero no se quiebre.
Lo primero que hacemos al nacer es respirar y es lo último que hacemos antes de morir, entre la primera y la última: unas quince respiraciones por minuto, novecientas por hora, es decir: al día respiramos unas veintiún mil seiscientas veces, siete millones novecientas por año, a mis sesenta y ocho habré respirado más de quinientas treinta y seis millones de veces, y aquí estoy contando las que me pueden faltar. El tiempo no es el de las manecillas, es el de la respiración.
A ratos respiro mejor, no puedo dejar de pensar en las últimas palabras de ese hombre que murió bajo la rodilla de un policía en Estados Unidos: “I can´t breathe”.
Día 67:
Un aeropuerto vacío parece un cementerio. No hay ni café. Dormí todo el vuelo. Hasta ahora siento miedo, no quería pensar en mi papá.
Ya no veré a mi padre, ni a Julián, me siento vacía, derrotada, ni siquiera tengo ganas de llorar, lo que tengo es enojo, ira.
Leo en el teléfono la frase que me escribió Julián antes de despedirse: “Me desperté, y descubrí que estábamos en medio de una pandemia”. Yo lo sentí ayer cuando llamó mi madre llorando -no tuvo que decir nada-.
¿Qué hago en este desolado lugar?
Que rápido se me volvió ajeno mi país. ¿Mi familia se habrá vuelto ajena también? Ahora que venga mi hermano a recogerme lo sabré, me odio y los odio por dejar morir a papá, es eso, de ahí surge mi rabia, quería arrancarme ese estúpido cubrebocas.
¿Qué no se dieron cuenta que se le dificultaba respirar?, ¿qué tenía fiebre?, ¿para qué le hicieron caso a esos despistados del gobierno? Lo hubieran llevado a Houston.
Comencé a llorar sola en ese lugar vacío, lloré, lloré como un aguacero interminable.
Cuando vi de lejos a mi hermano sentí ternura al verle, ya había pasado mi enojo, siempre será mi hermano chiquito. Fui a encontrarle, no pudimos dejar de abrazarnos y llorar juntos.
Camino a casa dormí todo el trayecto.
Día 79:
Tengo frente a mí, dos piezas casi perfectas. Por primera vez siento que llego a algo que vale la pena. No lo habría logrado sin el aislamiento. Llevo más de veinte años pintando y hasta ahora puedo ver algo que tenga sentido.
Me duele Verónica, la extraño, quiero ir por ella, traerla a casa, echar llave y encerrarnos hasta hacernos viejos, hasta no saber si estamos vivos o muertos. Irnos de aquí; al campo, fuera. Nunca pensé llegar a decir que la ciudad me iba a hartar, quiero un huerto, una habitación para Leo, un hijo -si quiere Verónica-, o tres, o seis, los que ella quiera, salir a caminar sobre la hierba mojada, dormir la siesta en una hamaca, ella me hace feliz sin razón alguna.
Bueno ya, detente. Esta maldita pandemia te está volviendo loco, te pone cursi, espera para cuando volvamos a salir, solo mándale un whatsapp.
Ernesto Betancourt