“La casa del árbol” Diego Proaño Castelo 

Mención Honorífica del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»

 

“La casa del árbol”

Para Zai, Lia y Nina.

Cuando desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia, de repente todo había cambiado, y debíamos acostumbrarnos a permanecer en los espacios conocidos, pero a vivirlos de una forma distinta, ya no se podía salir de nuestras casas, ni se podía recibir a nadie. Ahora ya no tenía trabajo, pero tenía tiempo, había que pensar en que invertir el tiempo para no perderlo y surgió la idea, la tan prometida casa del árbol, ¡era ahora o nunca! La sala, el espacio destinado a la socialización e interacción familiar o del círculo de amistades, ahora se convirtió en un centro de planificación para la futura “casa del árbol”, lleno de cajones con los juguetes que pronto tomarían su lugar en la casita elevada.

El comedor, antes utilizado para el disfrute de los alimentos mientras la extensa familia se reunía a disfrutar del fin de semana, ahora estaba lleno de herramientas, planos, esquemas, dibujos, la maqueta y el ordenador, todo puesto con el debido desorden que toda obra emblemática admite. Había que realizar los cálculos, mediciones, levantamiento topográfico del lugar, verificar la dotación de servicios, identificar que no se incumplan con los retiros, realizar un adecuado análisis urbano, que nos permita identificar la problemática del lugar para ver si el proyecto es pertinente y demás normativas impuestas por las autoridades de la ciudad.

Había que hacer que todo cuadre bajo las más estrictas exigencias de las clientas, cuyas órdenes además debían ser tomadas por teléfono o video llamada, debido a la reclusión forzosa – voluntaria impuesta por parte de las autoridades.

– Debe tener dos dormitorios – dijo Lía -, muy entusiasmada

– No mejor tres ñaña, por si llegan visitas – dijo la menor, Nina, a su hermana mayor.

Así que la casa debía ser espaciosa, además de obviamente poseer un árbol, porque si no, no podría ser una “casa del árbol”.

Debía tener una cocina amplia, para hacer comida y guardar todas las ollas, platos, microondas, vasos y demás utensilios necesarios que deben existir obviamente en las cocinas.

Tampoco había que olvidarse que los dormitorios debían tener “ventanas desde donde – obviamente – se puedan ver las estrellas, porque nos gusta ver las estrellas” – dijo Lía.

Necesitamos una sala, donde podamos poner nuestros sillones para sentarnos – increpó Nina.

Obviamente había que dejar el espacio suficiente donde se puedan ubicar los respectivos sillones “neoclásicos” de Spiderman y Mickey Mouse.

La casa además debe tener un espacio en donde se pueda comer con mesas y sillas que sirvan para comer – a petición de Lía.

También creo que deberá tener un balcón ñaña – dijo Nina.

¡Claro que debe tener un balcón en el ingreso! – gritó Lía – para poder salir a mirar quien está viniendo a visitar

Además – obviamente – deberá tener ventanas que se abran y se cierren para poder abrirlas y cerrarlas. Porque ambas coincidían en que las ventanas sirven para abrirlas y cerrarlas, además poder mirar, “obviamente”.

También debe tener una puerta – dijo Nina -, no muy segura.

¡Claro!, por supuesto – respondió inmediatamente Lía – una puerta de entrada, para poder ingresar a nuestra casita del árbol.

La casa debía poseer un amplio garaje para poder guardar las bicicletas, los patines, los autos y motos de distintos tamaños y marcas. Según los requerimientos de las futuras habitantes.

Además, también deberá tener un baño – dijo Lía – para cuando mi ñaña quiera ir al baño; porque ella es muy pequeña y a veces avisa cuando ya es demasiado tarde.

Sí, pero tiene que ser un baño chiquito – dijo Nina.

Deberá tener una escalera para poder subir a la casa – dijo Lía.

A lo cual inmediatamente argumento Nina, “¡pero con unas gradas también! porque yo soy chiquita y podría caerme”.

La casa debería tener color de madera porque es una “casa del árbol”, a criterio de Lía.

Pero debería ser de muchos colores, porque es una casa para niñas; según Nina.

A parte de todas esas cosas debía tener una resbaladera para poder jugar “obviamente”, pero solo en el cuarto de la menor, porque la mayor no quería una resbaladera, además de que obviamente la casa debía ser pequeña porque no nos olvidemos de que esta debía ser una “casa del árbol”.

Una vez que estaban listos todos los estudios de pre factibilidad y factibilidad de la obra, debía realizarse una corrida financiera, para asegurarse de que el presupuesto estuviera acorde con la monumental obra, “obviamente” el presupuesto no cuadraba con los requerimientos de las clientas, así que había que trabajar en el diseño para tratar de ahorrar en algunos de los materiales y acondicionar los espacios para hacer que estos se reduzcan y sean aprovechados de la mejor manera, además de optar por materiales que presten la resistencia y el acabado de primera calidad solicitado por las clientas.

Ahora había que resolver la obtención de los materiales, dado que, todo aquello que no sea comercialización de productos de primera necesidad debía permanecer cerrado, por disposición de las autoridades sanitarias.

¡Pero, la “casa del árbol” es un producto de primera necesidad! – argumentaron ambas.

Fue tajante el punto de vista de las clientas; la “casa del árbol” debía estar terminada antes de que se nos retire el confinamiento y volvamos a la normalidad.

Los días comenzaban a transcurrir y había retraso en la obra debido a la falta de materiales, así que hubo que colocarse el “traje protector de bioseguridad” (ósea, la mascarilla quirúrgica) y embadurnarse de alcohol desde el pelo hasta la punta de los pies.

Había que salir sigilosamente ante la atenta mirada de la “vecina-preocupada” que estaba atenta a los movimientos del vecindario, para realizar la respectiva denuncia ante las autoridades competentes. Por desacato a las medidas y normas de prevención que por nuestra salud nos decían “quédate en casa”.

Ventajosamente la carpintería que queda a cuatro casas vecinas atendió el timbre y el “vecino-carpintero” asomo sus ojos por detrás una mascarilla, bastante más sofisticada que la N95 que yo utilizaba. El “maestro” ni siquiera sabía que eso que estaba utilizando se había convertido en una prenda de uso obligatorio para todas las personas que circulan por las calles, plazas y demás espacios públicos.

Él la usaba siempre para poder lijar, lacar y pintar sus muebles sin inhalar los peligrosos residuos producto de sus actividades cotidianas.

Había que preguntarle: vecino, ¿será qué tiene madera que me pueda vender?

¡Bingo!, el maestro tenía muchos de los materiales necesarios para poder realizar las obras preliminares para el proyecto de la “casa del árbol”, así que se le entregaron los complejos planos de la monumental obra y se solicitó se rija estrictamente a las medidas establecidas, ya que el mínimo error podría repercutir en la falta de aceptación por parte de la “fiscalización” y un evidente rechazo por parte de las clientas.

Una vez todo listo, había que tratar de regresar al emplazamiento de la obra antes de que la “vecina-preocupada”, que ya había notificado a las autoridades sobre el terrible desacato cometido, por haber violado el confinamiento por más de 15 minutos.

Primero se comenzó por la instalación y nivelación de la base metálica, la cual fue reciclada de los restos abandonados de lo que algún día fueron unas estanterías. Por suerte el “vecino-cerrajero”, que estuvo a unas pocas cuadras y a quién la paralización de las actividades ya estaba afectando en su economía, así que gustosamente abrió sus puertas y recibió de igual manera los planos e indicaciones necesarias para la elaboración de las bases que iban a sustentar la “casa del árbol”.

En una de las “inspecciones técnicas” por parte de las propietarias, se me ocurrió preguntar si la altura a la que quedaría elevada la casa estaría bien o demasiado pequeña, la respuesta fue “obviamente” la menos esperada.

¿No se supone que tú eres arquitecto? – me dijo Lía mientras colocaba sus manos en la cintura – ¿no deberías, ser tu quien diga que es lo más conveniente?

¡Sí, pues papi! – dijo Nina.

Ante semejante argumentación, no hice más esbozar una sonrisa y como el cliente “siempre tiene la razón”, decidí tomar la decisión sobre la altura que debía tener la casa del árbol.

Una vez listo, el arquitecto-albañil también necesitaba las herramientas y equipos necesarios para hacer su parte del trabajo, así que había que conseguir la herramienta y maquinaria pesada que ayudaría con la realización de la obra.

Finalmente, una vez colocada la casa de madera sobre la base metálica, realizadas las instalaciones eléctricas y electrónicas necesarias para proveer a la casa de televisión satelital, internet, iluminación y colocado el techo sobre la misma; había que realizar la colocación de los pisos, un fomix de primera calidad que encajé con las coloridas paredes internas, las obras de arte estilo Jackson Pollock solicitadas por las clientas, y por supuesto, en el espacio del balcón frontal, colocamos un bonsái o árbol de nogal, porque indudablemente sin árbol, no sería la “casa del árbol”.

FIN

Diego Proaño Castelo 

 

LOS PROTAGONISTAS: Lastimosamente la casa todavía está en proceso.

Imágenes proporcionadas por el autor del cuento.

 

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