“Los Fantasmas” Paola Palma Rojas

Primer lugar del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»

 

“Los Fantasmas”

 

Cuando desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia… al principio, todos pensaron que no sería grave. Volveremos a vernos pronto, dijeron. Se equivocaron. Ya hace mucho tiempo que nadie viene a visitarme.

Las puertas, las ventanas, mis ojos están cerrados.

Ya nadie me recorre. No hay risas, ni abrazos, ni movimiento.

Tampoco hay música flotando por el aire. Las vibraciones de los corazones que soñaban despiertos escuchando esa música se han ido.

Estoy sólo, me siento sólo, pero pienso en ellos. En todos los que venían cada día a visitarme para soñar. Ellos también deben sentirse solos, vacíos, desesperados. Para ellos soy un templo, un refugio, un hogar. Aquí se conocieron parejas, se encontraron amigos del alma. Los solitarios hallaron una familia. Muchos otros, encontraron una vida alterna más plena.

Por años, incluso por décadas, fueron fieles al ritual. Mantuvieron viva la emoción de esas veladas, de esos rencuentros que, aunque parecían repetirse semana tras semana, nunca eran lo mismo. Y así, orientaban todos sus días sólo para vivir juntos de nuevo, esos preciosos momentos de comunión.

Para nosotros el tiempo pasaba distinto… Ahora ya no pasa. Todo está inmóvil.

La enfermedad nos encerró.

Con ella llegó el silencio, la separación, el miedo.

La música ha dejado de sonar. Se acabó el contacto cercano entre dos cuerpos desconocidos. Se acabaron los abrazos, aun entre los que son cercanos.

Nadie viene a visitarme. Soy un lugar prohibido. Inhabitable.

Nadie me acaricia con sus zapatos aterciopelados a ritmo de un sabroso danzón, o de un tango trágico. Se acabó la alegría de la cumbia, la sensualidad de la salsa, el ajetreo de un buen rock and roll. Ya nadie sueña volar mientras baila.

El silencio que sufro es como la muerte. Vivo habitado de fantasmas. No hace falta que me esfuerce mucho para verlos. Tengo tantos recuerdos para evocar que casi se materializan frente a mis ojos. Su reverberación me impregna…

Mis fantasmas son las damas que serán siempre jóvenes dentro de mis brazos. Los hombres comunes que bajo su apariencia anodina son más gentiles y cabales que el príncipe más hermoso de cualquier cuento de hadas. Los muchachos y muchachas tímidos que encontraron en el movimiento del cuerpo una manera para expresar lo que no se atreven a decir con palabras.

Son tantos, en todos estos años, han sido tantos mis visitantes. Llevo impresos en mi alma sus rostros, sus huellas.

A veces, entre tanto silencio, me da por pensar que el fantasma soy yo. Puede ser que esté soñando que existo y no sea así… otros como yo, hace mucho que se fueron. Incluso antes de este encierro, la enfermedad del olvido acabó con ellos.

Ojalá alguien viniera y me despertara de esta alucinación de no-ser. Desearía tanto escuchar a una orquesta llenando el aire de sonidos vivos, de percusiones, de cantos. ¡Eso me haría saber si es que sigo vivo! Sentiría fluir mi aliento, mi corazón latería con ritmo y de nuevo tendría voz.

El espacio que ocupo se ha quedado hueco, abandonado como un cascarón. No me engaño, estoy mudo. En mí sólo queda el silencio y si acaso, el eco de algún objeto mal puesto que, al caer, deja un ruido seco como rastro. Tengo miedo, estoy perdido. ¡Soy un salón de baile! ¡Me muero en el silencio!

 

Paola Vanessa Palma Rojas

 

Imagen obtenida de: “Freepik” https://www.freepik.es/vector-gratis/salon-baile-ilustracion-grande-lampara-pasillo-palacio-columnas-suelo-baldosas_3090661.htm

 

“Ciudad Veinte Veinte” Sandra Lucía Rodríguez

Segundo lugar del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»

 

“Ciudad Veinte Veinte”

 

Cuando desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia. El gobierno decretó estado de cuarentena esta mañana. Todos los comercios cerrados, las fronteras cerradas, el mundo paralizado. La televisión estaba encendida, Emma en su teléfono pasaba de una red a otra y en todas se repetía lo mismo, una y otra vez, palabras que sólo había escuchado en películas de ficción, ahora formaban parte del desayuno: letalidad, confinamiento, contagios, virus, muertes…

Hace poco, cuando nos enteramos que Andros ya tenía 2 meses, todo esto era apenas un rumor lejano. Había escuchado por ahí sobre un extraño virus que alertó a los chinos, cuando apenas se sabía de una decena de casos. Me acuerdo que me sorprendí, me pareció que exageraban. Apenas 10 muertos y todo este pánico. Existen enfermedades a nivel global que matan a miles de personas diariamente. Pensé.

Esperamos la llegada del bebé para julio, se pronostica que el pico de la pandemia sea en mayo, así que, para entonces, seguro todo habrá terminado.

Nota de voz Z3-21: 23 de marzo de 2020, la fecha en que mi papá escribió esto entre sus apuntes.

Papá y mamá. Recordarlos me llena de nostalgia, a pesar de que apenas los conocí. Las fotos en sus redes sociales y las notas de la vieja computadora de mi padre son todo lo que tengo de ellos, de la vida de antes, la vida con abrazos, besos en la sala de cine, soplar las velitas, festivales en el desierto, marchas en grandes avenidas, terminar la semana con cerveza y amigos.

Nada de eso queda ahora. Lamentablemente, a los dos se los llevó el virus, fue durante mis primeros años de vida. Ellos no fueron los únicos. Dos terceras partes de la población mundial terminó hecha cenizas.

Yo nací en julio de 2020. Desde entonces mi vida ha sido a través de las pantallas, mi vida y la de todos.

[Conectando…]

Bienvenido a “Twenty-Twenty”.

Ubicación: Cafetería Strada, 94 rue du Temple, París.

– ¿Ilia?

[Aparecen hologramas sentados en la mesa de una cafetería]

– Hola, Andros. Bonito lugar. ¿Qué tal tu día?

– Sí, quería que lo conociéramos. Pues… seguimos trabajando en la intervención del sector Naucalpan, algunos renders ya están terminados, mira. [Aparece pantalla] No imaginarás en qué estado se encontraba, me sorprende incluso que no se haya hecho desde hace años. El lugar tiene mucho potencial. Es sorprendente como ahora la periferia más compleja puede resultar un gran sitio, hemos triunfado en la lucha contra el espacio.

– ¡Wow! Tienes razón ¡está increíble! Vamos cuando esté terminado.

– Claro que iremos. ¿Y tú, Ilia? ¿Qué me cuentas? Lo vi en las noticias, pero quiero escucharlo de ti.

– Como sabrás entonces, terminaron de descontinuar los primeros drones repartidores. Ahora una flotilla de NX-83 sobrevuela la ciudad en ruinas, cientos de ellos. Tienen un sistema automatizado con rutas marcadas. Ahora tienen más capacidad de soporte por lo que pueden llevar todo tipo de cosas.

– ¡Pues muchas felicidades!

– Oye, y no me has dicho a dónde iremos hoy.

– Te encantará.

[Compartiendo ubicación]

[Aparecen dos hologramas andando en bicicleta]

Nota de voz Z3-22: Pedaleamos por varios kilómetros a lo largo de una costa en Noruega, nos detuvimos en un malecón con vista al norte, normalmente este sitio es agreste, una construcción jamás hubiese sido posible en la realidad material. Desde aquí se puede observar cómo se curva la tierra.

Platicamos en un agradable ambiente, le conté más acerca de mi trabajo. Mei Yang, la creadora de “Twenty-Twenty”, entonces una adolescente geek, ahora la mujer más rica del mundo, quiso “ayudar” a la generación Alpha1 a conocer cómo se vivía al exterior antes del comienzo de la pandemia. Usando simplemente las características de Google Street, recorridos y citas virtuales. Un nuevo mundo, donde es posible mantener contacto con otras personas.

Se popularizó rápidamente gracias a que satisfacía la necesidad de salir del encierro. Comenzó a evolucionar, la demanda global lo hacía seguir creciendo y transformando la vida de las personas.

Al sumergirse en él, una calle lejana o peligrosa, se transforma en una rambla o en el paseo más impresionante; malecones al costado de los mares más fríos y de hermosos paisajes salvajes; favelas brasileñas se transforman en calles coloridas y hermosos recorridos donde puedes detenerte a tomar una caipiriña. Ahora abundan terrazas y balcones con vistas excepcionales en lo que fueron oscuros callejones de asentamientos urbanos en topografías irregulares; las banlieu2 europeas, se conectan a diferentes alturas entre sus edificios con paseos ciclistas; en los campos que circundan las ciudades, piezas de arte contemporáneo emergen de manera aleatoria al deambular; las calles principales de vocación comercial en los barrios de Iztapalapa y Tultitlán se pavimentan como calles peatonales, al tiempo que los comercios se posicionan al exterior y brindan toda clase de amenidades y llenan de color su gris característico; los centros históricos de Zacatecas o Florencia resaltan la limpieza y el brillo de sus piedras. Si un barrio o sitio no es agradable, puede embellecerse y tornarse en una experiencia cautivante.

Mei Yang rompió los paradigmas de la periferia y las impotencias de las ciudades antes de la pandemia. Ahora todo era posible, como visitar los sitios más lejanos o caminar de noche por las calles más peligrosas de Corea, Bangladesh o Senegal.

Esos viajes por las calles de la Ciudad de México, en antiguas ciudades europeas o en las más modernas asiáticas son lo que nos ha mantenido cuerdos todos estos años. Aunque la realidad es otra, el espacio que podemos ocupar se reduce a la sala, el cuarto, la cocina y el baño.

Después de horas de platicar, nos despedimos.

Nota de voz Z7-94: La vida en el simulador es muy diferente a la que existe allá afuera. Años de abandono han deteriorado las construcciones, autos y estructuras oxidadas, zonas industriales ahora son de nuevo el hábitat de la fauna que fue despojada de su territorio hace décadas. El daño de puentes y edificios los han hecho colapsar.

La población restante se ha contenido en edificios inteligentes que han impedido hasta ahora la propagación del virus. Hace años que los noticieros dejaron de documentar estos deprimentes escenarios, principalmente porque ya a nadie le interesan.

Nota de voz Z9-16: El día de hoy, 23 de mayo de 2051, se declara oficialmente el fin de la pandemia. Las recientes pruebas a la cura contra el SARS-CoV-2 han sido satisfactorias. Salir está permitido.

[Tono de videollamada]

[Conectando…]

– Andros ¿ya viste…? – dijo Ilia apresurada.

– Ya – Contesté impaciente.

– ¿Y?

– No sé, no sé qué decirte, no lo creo todavía.

– ¿Te puedo ver?

– Me estás viendo.

– Sabes a lo que me refiero.

Nota de voz Z9-25: Muero de ansiedad. ¿Qué hay allá afuera? Me da miedo salir sin la seguridad que me daba la virtualidad. No sé ni siquiera para qué quiero salir, no tengo a dónde ir. Sólo quiero ver a Ilia. Cómo podría enfrentar un mundo de devastación, me preguntaba qué pasaría. La palabra destino rondaba mis pensamientos sin detenerse, las interrogantes no dejaban de llegar amontonadas una tras otra.

Nota de voz Z11-03: Han pasado tres semanas, muchas personas perdieron varios días la cordura. Sin duda fue un evento catastrófico. Eran como fieras recién liberadas de su jaula, aunque la mayoría ni siquiera se atrevió a poner un pie afuera, y es que al parecer, el lugar que nos mantuvo a salvo, al mismo tiempo era nuestro cautiverio.

Me reuní con Ilia, quedé paralizado cuando la vi, parada delante de mí, no pude hacer más que decirle un simple hola. Años de conocerla y no supe qué decirle primero. Aunque en realidad deseaba abrazarla con fuerza, sentir su aroma, tocar su piel, mas no pude. Ella respondió igual, con frialdad. Una vez más sentí un temor profundo hacia el porvenir.

Juntos caminamos por las calles que recién se abrían ante nuestros ojos, eran imágenes apocalípticas. Caminamos hasta cansarnos y fuimos descubriendo que en nada se parecía a la realidad que construimos virtualmente. Sin duda con las limitaciones que la realidad misma te pone, sería imposible modificar el espacio a la velocidad en que lo hacemos en línea. No es posible construir un puente con tres clics.

Nota de voz ZZ-5334: Han pasado 17 años desde el fin de la pandemia. A pesar de nuestros esfuerzos por querer replicar lo que construimos en el simulador, descubrimos que esa no era la vía y aunque la tecnología ha continuado su avance, todo ha cambiado. Los drones dejaron de repartir bienes, ahora son utilizados como sistema de riego para nuestras cosechas; la energía es renovable, los autos han dejado de existir casi por completo, ahora los transportes son sistemas eficaces que conectan nuestras comunidades sin contaminar. La mancha gris de las grandes ciudades desaparece cada día en la medida en que la naturaleza avanza. La imagen de este nuevo mundo es verde.

Sandra Lucía Rodríguez Zúñiga

 

1 Nombre que recibe la población que nació a partir del año 2010.

2 Palabra en francés que denomina a la periferia de las grandes ciudades, donde su tipología se basa en edificios multifamiliares de alta densidad.

 

Ilustración de: Sweeney, Will “Gotham, Camelot o Atlántida: qué visitar en las ciudades imaginarias más populares”, Periódico El País, ICON, 27 de mayo de 2018, https://elpais.com/elpais/2018/05/25/icon/1527243511_532318.html

 

 

“Diarios inconclusos” Ernesto Betancourt

Tercer lugar del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»

 

“Diarios inconclusos”

Día 1:

Cuando desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia.

Se veía venir, hace más de un mes que abundan las noticias sobre China, Irán e Italia en la televisión, cientos de orientales con cubrebocas en largas filas frente a los supermercados, italianos espabilados sin entender por qué cierran los cafés y las tabaquerías. De Irán se sabe poco, a los ayatolas nunca les han gustado los contagios. Por acá apenas comienzan a escucharse voces de alerta, ayer internaron a un primo, el futuro se le vino encima como un montón de escombro.

El viaje que tenía planeado con Verónica -que teníamos planeado-, para encontrarnos en Nueva York, tendrá que esperar: la próxima semana cierran todo.

Día 3:

Cuando me desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia- escribió Julián ayer.

Sabía que no vendría, este asunto le va de maravilla y evadirse, siempre tiene un pretexto: su hijo, su exmujer, su taller.

Es muy capaz de dejarme acá, sola. No sé hasta donde va a llegar esto, dicen que en la semana cerrarán aeropuertos, al parecer solo Newark dará servicio. Los vuelos a Europa ya están cancelados.

Los estudiantes chinos no salen, la gente comienza a verlos raro, en poco nosotros tampoco saldremos. Los restaurantes de Bowery están desiertos. Se siente un tufo a miedo.

Recuerdo lo que me contaba mi padre que estuvo aquí en el 2001: silencio, una ciudad tan ruidosa como esta, guardaba silencio, un silencio enorme, enorme como las Torres derribadas.

Lentamente siento que la ciudad se está silenciando.

Día 7:

Hoy me di cuenta que estamos en medio de una pandemia mundial.

Escuché que un locutor en la radio le decía a alguien más -sí, así lo dijo: “pandemia mundial” ¿de dónde sacarán a esa caterva de iletrados?

El conductor del Uber que me llevaba a la oficina me preguntó si creía en eso:

-Para mí que todo es un invento de los chinos para frenar a los gringos. ¿No cree usted?

Yo iba concentrado en los asuntos que tenía que resolver en unas horas con mi exsocio, no le prestaba atención ni al chofer, ni a los merolicos de la radio.

-Pues parece que ya les llegó en Europa, respondí, -no vaya a ser que también nos caiga por acá.

Lo dije como decir cualquier cosa -para no parecer descortés-, en el fondo me interesaba muy poco lo que decían en la radio o la opinión del conductor, en ese momento no podía pensar en nada más que no tuviera seis cifras y signo de pesos.

Día 19:

Otra semana que se acaba. Pensé sería más complicado.

Tuve que decirle a Martina que no viniera hasta que esto pase, se sorprendió cuando le dije que le pagaría sus días. No me molesta hacer el aseo, cocinar a diario es lo que me mata.

Quisiera decir que extraño a Verónica, pero no es así, la extraño -claro-, pero no como ella desea. Uno sabe que envejeció cuando le seduce más el olor del café recién hecho que el aroma de su pelo en la cama.

Extraño a Leo, ir a correr juntos, nuestras comidas. Espero su madre no me lo eche a perder, tan buen chico -mucho mejor hijo él, que yo padre suyo-.

Me sienta de maravilla la soledad, bueno y a Towmbly –igual él-: mejor perro que yo su amo.

Verónica no va a entender, yo quisiera que siguiéramos juntos -así, separados-, eso hasta escrito suena inconcebible, no lo va a tolerar, va a encontrarse un gringo, lo que ella quiere es una familia, y yo me voy a morir de celos inútiles.

El aislamiento aleja los virus y los afectos también.

Día 31:

Esto parece eterno. Llevamos más de dos horas esperando a que me reciban.

No aguanto el dolor en las articulaciones. Mi mujer me habla todo el tiempo, pero no puedo responderle, duele la garganta al hablar. Los médicos y enfermeras tampoco hablan, hay mucho silencio por aquí, solo se escucha la tos, la interminable tos.

Espero el seguro médico me cubra, como están las cosas y mi exsocio pidiéndome más dinero la situación puede ponerse complicada.

No soportaría tener que decirle a mi hija que se regrese, le falta un año para acabar su maestría en Nueva York, y ahora el más chico quiere irse también.

Ojalá esto no dure mucho -o comienzo a construir o me voy a la bancarrota-. Escuché mi nombre en el altavoz.

-Dile a mis hijos que los amo, no se preocupen estaré bien, carraspeé: escríbele a mi hija que no venga, no es necesario, te amo.

Vi a mi mujer sonreírme mientras me ingresaban en la zona restringida, la vi a través del cristal mandándome un beso con la mano, sus ojos la delatan, está preocupada.

Yo también, espero no se me note.

Día 39:

Tengo ganas de salir corriendo de aquí, salir a gritar por las calles de Manhattan que todo esto es una broma, una mentira, una trampa.

Tengo ganas de huir a refugiarme a mi casa, a los brazos de papá como cuando era niña. Esta maldita pandemia me está robando las ganas de vivir, ese virus literalmente nos está robando el aire.

Ya no sé si quiero seguir estudiando, no sé si quiero seguir aquí con esta vida, logro tras logro, llevo coleccionando éxitos toda mi vida y no puedo enfrentarme a un fracaso. Ya no sé si es Julián o es mi resistencia a ser yo la perdedora. Debí dejarlo cuando vine para acá, él me lo advirtió.

Voy a esperar a que pase la lluvia para salir por una botella de vino.

Mañana voy a ir a la marcha, esos malditos tienen que pagar por lo que le hicieron a Floyd.

Día 56:

El silencio del hospital es insoportable, no puedo dormir, solo los pasos de las enfermeras en el pasillo y la respiración de mis vecinos rompen este silencio nocturno, interminable.

Anteayer se llevaron a mi vecino de la cama contigua y no ha regresado, espero no se quiebre.

Lo primero que hacemos al nacer es respirar y es lo último que hacemos antes de morir, entre la primera y la última: unas quince respiraciones por minuto, novecientas por hora, es decir: al día respiramos unas veintiún mil seiscientas veces, siete millones novecientas por año, a mis sesenta y ocho habré respirado más de quinientas treinta y seis millones de veces, y aquí estoy contando las que me pueden faltar. El tiempo no es el de las manecillas, es el de la respiración.

A ratos respiro mejor, no puedo dejar de pensar en las últimas palabras de ese hombre que murió bajo la rodilla de un policía en Estados Unidos: “I can´t breathe”.

Día 67:

Un aeropuerto vacío parece un cementerio. No hay ni café. Dormí todo el vuelo.  Hasta ahora siento miedo, no quería pensar en mi papá.

Ya no veré a mi padre, ni a Julián, me siento vacía, derrotada, ni siquiera tengo ganas de llorar, lo que tengo es enojo, ira.

Leo en el teléfono la frase que me escribió Julián antes de despedirse: “Me desperté, y descubrí que estábamos en medio de una pandemia”. Yo lo sentí ayer cuando llamó mi madre llorando -no tuvo que decir nada-.

¿Qué hago en este desolado lugar?

Que rápido se me volvió ajeno mi país. ¿Mi familia se habrá vuelto ajena también? Ahora que venga mi hermano a recogerme lo sabré, me odio y los odio por dejar morir a papá, es eso, de ahí surge mi rabia, quería arrancarme ese estúpido cubrebocas.

¿Qué no se dieron cuenta que se le dificultaba respirar?, ¿qué tenía fiebre?, ¿para qué le hicieron caso a esos despistados del gobierno? Lo hubieran llevado a Houston.

Comencé a llorar sola en ese lugar vacío, lloré, lloré como un aguacero interminable.

Cuando vi de lejos a mi hermano sentí ternura al verle, ya había pasado mi enojo, siempre será mi hermano chiquito. Fui a encontrarle, no pudimos dejar de abrazarnos y llorar juntos.

Camino a casa dormí todo el trayecto.

Día 79:

Tengo frente a mí, dos piezas casi perfectas. Por primera vez siento que llego a algo que vale la pena. No lo habría logrado sin el aislamiento. Llevo más de veinte años pintando y hasta ahora puedo ver algo que tenga sentido.

Me duele Verónica, la extraño, quiero ir por ella, traerla a casa, echar llave y encerrarnos hasta hacernos viejos, hasta no saber si estamos vivos o muertos. Irnos de aquí; al campo, fuera. Nunca pensé llegar a decir que la ciudad me iba a hartar, quiero un huerto, una habitación para Leo, un hijo -si quiere Verónica-, o tres, o seis, los que ella quiera, salir a caminar sobre la hierba mojada, dormir la siesta en una hamaca, ella me hace feliz sin razón alguna.

Bueno ya, detente. Esta maldita pandemia te está volviendo loco, te pone cursi, espera para cuando volvamos a salir, solo mándale un whatsapp.

Ernesto Betancourt

 

Imagen obtenida de: “Freepik” https://www.freepik.es/vector-gratis/aeropuerto-vacio-equipaje-cancelado-vuelo_8685825.htm

“La casa del árbol” Diego Proaño Castelo 

Mención Honorífica del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»

 

“La casa del árbol”

Para Zai, Lia y Nina.

Cuando desperté, descubrí que estábamos en medio de una pandemia, de repente todo había cambiado, y debíamos acostumbrarnos a permanecer en los espacios conocidos, pero a vivirlos de una forma distinta, ya no se podía salir de nuestras casas, ni se podía recibir a nadie. Ahora ya no tenía trabajo, pero tenía tiempo, había que pensar en que invertir el tiempo para no perderlo y surgió la idea, la tan prometida casa del árbol, ¡era ahora o nunca! La sala, el espacio destinado a la socialización e interacción familiar o del círculo de amistades, ahora se convirtió en un centro de planificación para la futura “casa del árbol”, lleno de cajones con los juguetes que pronto tomarían su lugar en la casita elevada.

El comedor, antes utilizado para el disfrute de los alimentos mientras la extensa familia se reunía a disfrutar del fin de semana, ahora estaba lleno de herramientas, planos, esquemas, dibujos, la maqueta y el ordenador, todo puesto con el debido desorden que toda obra emblemática admite. Había que realizar los cálculos, mediciones, levantamiento topográfico del lugar, verificar la dotación de servicios, identificar que no se incumplan con los retiros, realizar un adecuado análisis urbano, que nos permita identificar la problemática del lugar para ver si el proyecto es pertinente y demás normativas impuestas por las autoridades de la ciudad.

Había que hacer que todo cuadre bajo las más estrictas exigencias de las clientas, cuyas órdenes además debían ser tomadas por teléfono o video llamada, debido a la reclusión forzosa – voluntaria impuesta por parte de las autoridades.

– Debe tener dos dormitorios – dijo Lía -, muy entusiasmada

– No mejor tres ñaña, por si llegan visitas – dijo la menor, Nina, a su hermana mayor.

Así que la casa debía ser espaciosa, además de obviamente poseer un árbol, porque si no, no podría ser una “casa del árbol”.

Debía tener una cocina amplia, para hacer comida y guardar todas las ollas, platos, microondas, vasos y demás utensilios necesarios que deben existir obviamente en las cocinas.

Tampoco había que olvidarse que los dormitorios debían tener “ventanas desde donde – obviamente – se puedan ver las estrellas, porque nos gusta ver las estrellas” – dijo Lía.

Necesitamos una sala, donde podamos poner nuestros sillones para sentarnos – increpó Nina.

Obviamente había que dejar el espacio suficiente donde se puedan ubicar los respectivos sillones “neoclásicos” de Spiderman y Mickey Mouse.

La casa además debe tener un espacio en donde se pueda comer con mesas y sillas que sirvan para comer – a petición de Lía.

También creo que deberá tener un balcón ñaña – dijo Nina.

¡Claro que debe tener un balcón en el ingreso! – gritó Lía – para poder salir a mirar quien está viniendo a visitar

Además – obviamente – deberá tener ventanas que se abran y se cierren para poder abrirlas y cerrarlas. Porque ambas coincidían en que las ventanas sirven para abrirlas y cerrarlas, además poder mirar, “obviamente”.

También debe tener una puerta – dijo Nina -, no muy segura.

¡Claro!, por supuesto – respondió inmediatamente Lía – una puerta de entrada, para poder ingresar a nuestra casita del árbol.

La casa debía poseer un amplio garaje para poder guardar las bicicletas, los patines, los autos y motos de distintos tamaños y marcas. Según los requerimientos de las futuras habitantes.

Además, también deberá tener un baño – dijo Lía – para cuando mi ñaña quiera ir al baño; porque ella es muy pequeña y a veces avisa cuando ya es demasiado tarde.

Sí, pero tiene que ser un baño chiquito – dijo Nina.

Deberá tener una escalera para poder subir a la casa – dijo Lía.

A lo cual inmediatamente argumento Nina, “¡pero con unas gradas también! porque yo soy chiquita y podría caerme”.

La casa debería tener color de madera porque es una “casa del árbol”, a criterio de Lía.

Pero debería ser de muchos colores, porque es una casa para niñas; según Nina.

A parte de todas esas cosas debía tener una resbaladera para poder jugar “obviamente”, pero solo en el cuarto de la menor, porque la mayor no quería una resbaladera, además de que obviamente la casa debía ser pequeña porque no nos olvidemos de que esta debía ser una “casa del árbol”.

Una vez que estaban listos todos los estudios de pre factibilidad y factibilidad de la obra, debía realizarse una corrida financiera, para asegurarse de que el presupuesto estuviera acorde con la monumental obra, “obviamente” el presupuesto no cuadraba con los requerimientos de las clientas, así que había que trabajar en el diseño para tratar de ahorrar en algunos de los materiales y acondicionar los espacios para hacer que estos se reduzcan y sean aprovechados de la mejor manera, además de optar por materiales que presten la resistencia y el acabado de primera calidad solicitado por las clientas.

Ahora había que resolver la obtención de los materiales, dado que, todo aquello que no sea comercialización de productos de primera necesidad debía permanecer cerrado, por disposición de las autoridades sanitarias.

¡Pero, la “casa del árbol” es un producto de primera necesidad! – argumentaron ambas.

Fue tajante el punto de vista de las clientas; la “casa del árbol” debía estar terminada antes de que se nos retire el confinamiento y volvamos a la normalidad.

Los días comenzaban a transcurrir y había retraso en la obra debido a la falta de materiales, así que hubo que colocarse el “traje protector de bioseguridad” (ósea, la mascarilla quirúrgica) y embadurnarse de alcohol desde el pelo hasta la punta de los pies.

Había que salir sigilosamente ante la atenta mirada de la “vecina-preocupada” que estaba atenta a los movimientos del vecindario, para realizar la respectiva denuncia ante las autoridades competentes. Por desacato a las medidas y normas de prevención que por nuestra salud nos decían “quédate en casa”.

Ventajosamente la carpintería que queda a cuatro casas vecinas atendió el timbre y el “vecino-carpintero” asomo sus ojos por detrás una mascarilla, bastante más sofisticada que la N95 que yo utilizaba. El “maestro” ni siquiera sabía que eso que estaba utilizando se había convertido en una prenda de uso obligatorio para todas las personas que circulan por las calles, plazas y demás espacios públicos.

Él la usaba siempre para poder lijar, lacar y pintar sus muebles sin inhalar los peligrosos residuos producto de sus actividades cotidianas.

Había que preguntarle: vecino, ¿será qué tiene madera que me pueda vender?

¡Bingo!, el maestro tenía muchos de los materiales necesarios para poder realizar las obras preliminares para el proyecto de la “casa del árbol”, así que se le entregaron los complejos planos de la monumental obra y se solicitó se rija estrictamente a las medidas establecidas, ya que el mínimo error podría repercutir en la falta de aceptación por parte de la “fiscalización” y un evidente rechazo por parte de las clientas.

Una vez todo listo, había que tratar de regresar al emplazamiento de la obra antes de que la “vecina-preocupada”, que ya había notificado a las autoridades sobre el terrible desacato cometido, por haber violado el confinamiento por más de 15 minutos.

Primero se comenzó por la instalación y nivelación de la base metálica, la cual fue reciclada de los restos abandonados de lo que algún día fueron unas estanterías. Por suerte el “vecino-cerrajero”, que estuvo a unas pocas cuadras y a quién la paralización de las actividades ya estaba afectando en su economía, así que gustosamente abrió sus puertas y recibió de igual manera los planos e indicaciones necesarias para la elaboración de las bases que iban a sustentar la “casa del árbol”.

En una de las “inspecciones técnicas” por parte de las propietarias, se me ocurrió preguntar si la altura a la que quedaría elevada la casa estaría bien o demasiado pequeña, la respuesta fue “obviamente” la menos esperada.

¿No se supone que tú eres arquitecto? – me dijo Lía mientras colocaba sus manos en la cintura – ¿no deberías, ser tu quien diga que es lo más conveniente?

¡Sí, pues papi! – dijo Nina.

Ante semejante argumentación, no hice más esbozar una sonrisa y como el cliente “siempre tiene la razón”, decidí tomar la decisión sobre la altura que debía tener la casa del árbol.

Una vez listo, el arquitecto-albañil también necesitaba las herramientas y equipos necesarios para hacer su parte del trabajo, así que había que conseguir la herramienta y maquinaria pesada que ayudaría con la realización de la obra.

Finalmente, una vez colocada la casa de madera sobre la base metálica, realizadas las instalaciones eléctricas y electrónicas necesarias para proveer a la casa de televisión satelital, internet, iluminación y colocado el techo sobre la misma; había que realizar la colocación de los pisos, un fomix de primera calidad que encajé con las coloridas paredes internas, las obras de arte estilo Jackson Pollock solicitadas por las clientas, y por supuesto, en el espacio del balcón frontal, colocamos un bonsái o árbol de nogal, porque indudablemente sin árbol, no sería la “casa del árbol”.

FIN

Diego Proaño Castelo 

 

LOS PROTAGONISTAS: Lastimosamente la casa todavía está en proceso.

Imágenes proporcionadas por el autor del cuento.

 

“La Bruja y el Unicornio” Maayan Fleitman Katthain

Mención Honorífica del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»

 

“La Bruja y el Unicornio” 

 

Cuando desperté descubrí que estábamos en medio de una pandemia, así que decidí escribir este cuento….

Había una vez una bruja que quería un unicornio para tener más poder. Ella buscaba por todas partes cuando sucedió algo inesperado.

“Ja ja ja” gritó la bruja.

De pronto apareció un unicornio, la bruja lo atrapó y se lo llevo a su castillo. Más tarde la bruja se quedó dormida, mientras el unicornio lloraba y lloraba.

Cuando la bruja despertó y abrió los ojos, vio que había una revista debajo de su puerta con las últimas noticias, leyó en voz alta la primera página: “Covid-19-coronavirus, NO SALGAN DE SUS CASAS, ¡¡¡CUIDADO!!! NO ACERCARSE A NADIE”.

El unicornio, era mágico así que hizo aparecer dos tapabocas. Le dio uno a la bruja, y así ambos se los pusieron.

La bruja recapacitó y se dio cuenta que ya no podría tener al unicornio encerrado en su castillo.

“A distancia” le grito la bruja. Como ya no podía tocar al unicornio para su experimento, lo tuvo que liberar.

Dijo otra vez la bruja: “A distancia unicornio, recuerda”.

El unicornio se fue, la bruja tuvo que quedarse en casa para no contagiarse de ese travieso coronavirus.

Maayan Fleitman Katthain (7 años)

 

Imágenes obtenidas de: “Freepik”
https://www.freepik.es/vector-gratis/fondo-unicornio-paisaje-dibujado-mano_1207704.htm
https://www.freepik.es/vector-gratis/fondo-halloween-bruja_3067311.htm#page=1&query=bruja&position=2

 

“Vacuna al rescate” Noga Fleitman Katthain

Mención Honorífica del Concurso de Cuento «El espacio que podemos ocupar»

 

“Vacuna al rescate”

 

Cuando desperté descubrí que estábamos en medio de una pandemia, todo había comenzado unos meses atrás…. Y la historia que se contaba sobre esto va más o menos así:

Había una vez un villano que quería gobernar todo el planeta para tener poder y mucho oro, así que decidió poner manos a la obra para gobernar. Todas las noches tenía más ideas para conquistar el mundo entero.

Después de varios meses, consiguió poderes mágicos, practicaba todas las tardes y ya se imaginaba a todos arrodillados ante él. Su plan estaba casi listo, pero antes tenía que tener su traje de villano y su nombre, así que armó su traje en un abrir y cerrar de ojos. Era de color verde azulado con espinas en los brazos y las piernas. Ahora tenía que ponerse un nombre, pensó y pensó, hasta que se le ocurrió un nombre que todos repetirían en su casa: “Coronavirus”. Ahora era un villano muy peligroso.

Así que empezó con su plan, comenzó en China, un lugar con mucha gente.

Sus poderes eran: volar, estar en millones de partes al mismo tiempo, pegarse a cualquier cosa, entrar en las personas, teletransportarse y el que más le gustaba a Coronavirus, con su aliento verde enfermaba a todos, no podían respirar y calentaba un poco su cuerpo. Con esos poderes decidió dominar el mundo.

Empezó por un señor llamado Argemi, pero después decidió usar su poder de estar en millones de partes al mismo tiempo e infectó a casi todo China. Coronavirus empezó a viajar por el mundo contaminando a todos con su aliento. Cuando los gobernadores de los países se dieron cuenta del malvado villano Coronavirus pidieron que las personas no salieran de su casa porque el villano no podía teletransportarse al interior de las casas, entonces Coronavirus estaba en todas partes menos en las casas.

El villano sabía que no tenía que matar a todos porque si no ¿quién le haría masaje y le daría de comer uvas como un rey? Así que decidió no matar a los menores de 10 años y a los demás, a unos sí y a otros no.

Las personas no podían verse entre si, porque Coronavirus podría meterse en ellas y sacar su aliento que enfermaba a través de ellas para contagiar a todos. Tampoco se podían tomar cosas que no fueran de sus casas porque Coronavirus podría echar su aliento también a las cosas y cuando alguien las agarrara se contagiaría. Coronavirus sabía que podría surgir un superhéroe que ayudaría a la paz y lo intentaría vencer, ¡pero no!, nadie me puede vencer, se dijo, así que decidió seguir con su plan e iba contagiando a todos.

Después de algún tiempo, un científico loco inventó a un superhéroe, estaba hecho de un líquido y luego se convirtió en carne y hueso. Le hizo un traje mezclando dos líquidos, el traje era de color morado fosforescente con chispas verdes azulosas, luego le puso un corazón valiente y bondadoso que él había creado, y al final le puso ojos y boca. Además, le dio poderes. Puso un último líquido que le dio vida al héroe y lo llamó: Vacuna.

Vacuna ya sabía qué hacer, salvar al planeta del villano Coronavirus.

Viajó y los poderes de Vacuna eran: fuerza, volar, un rayo que sólo lo puede usar una vez, estar en muchas partes al mismo tiempo y con su aliento hacer que Coronavirus no contagie a nadie más, porque todavía había personas que no se habían contagiado.

Un día que paseaba por la ciudad, Coronavirus se asomó por la ventana de un hogar para ver las maldades que había hecho, pero se llevó una gran sorpresa al ver que toda la familia estaba riendo y divirtiéndose. Coronavirus recordó que había visto antes a esa familia, cuando sus papás no estaban con los niños porque todo el tiempo se iban a trabajar.

Coronavirus se enfureció porque a pesar de que estaba matando, también estaba creando felicidad, ya que estaba juntando a las familias para que se reconectarán y divirtieran. En eso escuchó un ruido, se volteó y Vacuna iba volando hacia él, Coronavirus lo esquivó, se dieron vueltas, golpes, pero Vacuna los daba más fuertes. Una patada en la panza, otra en la pierna y Coronavirus acabó en el suelo. Vacuna usó su último poder, él que sólo podía usar una vez, un rayo en el corazón.

Ahora Vacuna era el superhéroe del mundo, siguió ayudando y Coronavirus no volvió a regresar.

Noga Fleitman Katthain (10 años)

 

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