Unidos por la comida: cultivando en las ciudades

Por: Elizabeth Palacios.

Si alguien me preguntara en qué momento me he sentido más vulnerable desde que empezó la emergencia sanitaria derivada de la pandemia del COVID-19, mi respuesta no tendría que ver con un temor al contagio, ni a la recesión económica.

Mi momento de mayor vulnerabilidad fue cuando tomé conciencia de que, si colapsaban los centros de abasto que surten las tiendas, si los mercados cerraban o si comenzaba un periodo de escasez, yo sería absolutamente incapaz de alimentar a mi familia. Y no solo yo, millones de personas en la Ciudad de México no tienen la más remota idea de cómo producir alimentos ni cuentan con las condiciones mínimas indispensables para cultivar algo alrededor.

Depender de otros para lo más básico, como lo es la alimentación, es algo que para los habitantes de las grandes ciudades se volvió “natural” cuando, en realidad, no hay nada que atente más contra nuestra propia naturaleza que haber perdido la capacidad de producir alimentos en nuestro entorno inmediato.

Cuando las autoridades comenzaron a hacer la clasificación de las actividades consideradas esenciales, muchas que realizamos día a día en las grandes urbes no estaban ahí. Millones de personas nos pudimos resguardar en nuestras casas porque nuestra actividad cotidiana no era considerada esencial. Si bien ese privilegio nos permite cuidarnos más que otros durante el confinamiento, lo cierto es que también nos vuelve más vulnerables al no tener la capacidad para alimentarnos por nosotros mismos.

¿Dónde sembrar?

Actualmente vivo en la alcaldía Miguel Hidalgo, una de las más prósperas y desiguales de la ciudad. Rento un departamento de 60 m2 en un condominio vertical sin áreas verdes, sin espacios comunes destinados al esparcimiento, con un cajón de estacionamiento oscuro en el sótano, mismo que no uso porque no utilizo auto particular desde hace ya ocho años, cuando tomé responsabilidad del impacto de mi movilidad. Por supuesto ese es un espacio donde está prohibido que los niños o las mascotas jueguen, porque todo parece indicar que los autos son más importantes.

Mi edificio, como todos en esta ciudad, tiene una azotea, pero por increíble que parezca, los vecinos no tenemos acceso a ella. El paso está restringido y solo pueden subir los del servicio de seguridad y mantenimiento del edificio, así como los administradores. Los condominios nuevos de clase media a veces ya ni siquiera tienen las añejas jaulas de tendido, que hoy en día serían lugares perfectos para tener al menos un pequeño huerto. No tengo un balcón y en la ventana de mi sala apenas entra luz suficiente como para cultivar algunas hierbas aromáticas en pequeñas macetas.

En mi colonia hay un parque con escasos espacios realmente verdes, mismos que son ocupados por árboles y plantas de ornato. En las calles pasa lo mismo. Cientos de árboles que han roto las banquetas con sus raíces y que prestan servicios ambientales, pero ¿qué pasaría si esos árboles fueran frutales y entre todos los cuidáramos?

Una visión futurista

Recientemente, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicó un artículo interactivo titulado: “Una ciudad del futuro: ideas para una vida urbana próspera y justa”. Se trata de un modelo que simulaba una ciudad sustentable en 2050. La preocupación que me inundó a partir de la emergencia sanitaria me llevó a preguntarme, ¿qué estamos esperando para comenzar a dar pasos firmes para construir ese tipo de ciudades? No las necesitaremos dentro de 30 años, ¡las necesitamos ya!

En dicho modelo interactivo se menciona a los cultivos verticales urbanos como parte de las grandes innovaciones en materia de sostenibilidad, por un lado, y por otro, se habla de los parques y los espacios públicos verdes. Mi pregunta es, ¿por qué no hablamos de jardines comunitarios?, ¿acaso pensamos que realmente todas las personas podrían pagar lo que costará vivir en edificios inteligentes, sustentables y que cuenten con tecnología para apostar por huertos verticales dentro de 30 años?, ¿olvidamos que estamos en una de las ciudades más desiguales de Latinoamérica?

Todas las personas necesitamos tener acceso a productos más diversos y saludables hoy, no mañana. Consumir cada vez más productos locales, así como comenzar a aprender esas habilidades que la urbanidad nos hizo perder generaciones atrás: la habilidad para cultivar la tierra.

Tener huertos en las ciudades no es un tema solamente de infraestructura y tecnología, es también un tema de accesibilidad y construcción de comunidad y tejido social.

¿Cómo empezamos?

Sé que es desesperante querer arrancar un proyecto vinculado a la autoproducción de alimentos en las ciudades en plena pandemia, pero claro que podemos al menos dar los primeros pasos.

Lo primero que se me ocurre es tratar de conectar con los vecinos. Si bien no podemos andar visitando gente, sí podría ser un gran momento para compartir materiales de sensibilización sobre la agricultura urbana y su impacto positivo a través de medios digitales, como chats de vecinos, grupos de redes sociales o incluso con carteles impresos que se puedan colocar en los pizarrones informativos del edificio o unidad habitacional. Más adelante ese trabajo de integración podría servir para dar los primeros pasos hacia un huerto comunitario.

Lo segundo, pero no menos importante, es la capacitación. Actualmente hay varios cursos en línea para aprender a germinar semillas, a hacer composta y a cuidar tus cultivos, mismos que puedes arrancar hasta en una pequeña ventana. Busca las redes sociales de proyectos que ya existen como el Huerto Romita, el Huerto Tlatelolco o el Huerto Roma Verde porque están haciendo interesantes webinars y cursos en línea. Si necesitas inspiración, seguro Pinterest es el lugar ideal para saber qué puedes cultivar ahora que se acerca el verano.

Si requieres insumos para arrancar un pequeño huerto en tu ventana, patio o azotea, puedes consultar a profesionales que te asesoren como: Huertos Heirloom, Eat Healthy o TerraNova Viveros. El tercer consejo que me atrevo a darte es que busques información sobre cómo presentar proyectos vecinales para obtener recursos del presupuesto participativo. Así puedes ir avanzando en un planteamiento más formal si lo que quieres es apostar por un huerto comunitario en el mediano plazo.

Participación ciudadana

Afortunadamente, existen esfuerzos encaminados hacia una nueva forma de vivir las ciudades, reconectándonos con la agricultura, recuperando espacios, tejiendo redes y lo mejor, los más exitosos están en los barrios más populares: Iztapalapa, Tepito, Tlatelolco y Azcapotzalco, ejemplos donde la suma de voluntades de la ciudadanía organizada, el gobierno y el sector privado empiezan a rendir frutos.

Los cultivos urbanos son oasis en lugares donde no hay parques, donde el espacio público fue abandonado, donde ciudadanos se han organizado para ocupar, muchas veces sin pedir permiso (ya luego pidieron perdón), algunos de los espacios olvidados que abundan en las colonias populares de la capital mexicana.

Lo que antes eran terrenos baldíos perfectos para la delincuencia, las plagas y la suciedad, hoy son un paraíso para las abejas, los insectos y las aves; embellecen los predios vacíos, alientan el compostaje y el espíritu comunitario. La agricultura urbana, con prácticas agroecológicas, mejora la calidad del aire, nuestra salud física y mental, pero, sobre todo, hoy son espacios educativos que nos permitirán desarrollar habilidades que no teníamos ya.

La agricultura urbana es, sin lugar a dudas, una herramienta de profunda transformación social, como bien lo dice la organización de la sociedad civil Cultiva Ciudad, la cual ha creado uno de los huertos comunitarios más exitosos: el Huerto Tlatelolco.

Recuperar espacios públicos y transformarlos en granjas urbanas no es solo una estrategia para hacer valer nuestra soberanía y seguridad alimentaria, también es una acción directa para combatir el cambio climático y una herramienta invaluable para la reconstrucción del tejido social. Nada nos une tanto como la comida.

Si los huertos urbanos aportan los beneficios propios de un área verde de calidad, ¿por qué no hacer más huertos en donde hoy hay parques, jardineras y camellones? Recuerdo perfectamente la primera vez que visité Colima y su zócalo estaba lleno de árboles ¡de naranja! La gente nos platicaba cómo iban y recogían las naranjas que se caían por montones en temporada. Lo mismo pasa en el Jardín Borda, en Cuernavaca, donde increíblemente nadie recogía la fruta y solo la dejaban para alimento de las aves y la fauna local.

Promover huertos urbanos en las unidades habitacionales, en los parques, en los camellones y hasta en las jardineras permitiría a los habitantes de los barrios y colonias producir hortalizas nutritivas, mejorar sus hábitos alimenticios y, además, integrar a la comunidad en una actividad benéfica.

De acuerdo a las proyecciones del PNUD, 68% de la población del planeta, es decir 6,500 millones de personas, será urbana en 2050. De lo que hagamos hoy dependerá si todas esas personas podrán habitar ciudades bien gestionadas que ofrezcan oportunidades culturales, sociales y económicas o si cualquier pandemia o desastre de los muchos que seguramente todavía nos faltan por vivir, nos colapsará por hambre.

 

* Elizabeth Palacios es periodista desde 2001, especializada en periodismo de soluciones. Mentora de comunicación estratégica para emprendimientos socioambientales y voluntaria en la agencia de innovación social Makesense México. Recién inició el blog Historias felices para el fin del mundo, donde su objetivo es reunir historias inspiradoras en torno al emprendimiento socioambiental y las iniciativas ciudadanas de impacto positivo.

Twitter: @elipalacios

Facebook: Historias felices para el fin del mundo

 

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